En los años 1860 se vendían millones de ellas. Las llamadas ‘cartes de visite’ – tarjetas de vista –  fueron la primera industria popular de comunicación de masas, barata y asequible, de la historia moderna.

El uso de las llamadas tarjetas de visita tiene un origen francés. Hasta mediados del siglo xix, la posibilidad de tener un retrato era un privilegio al alcance de unos pocos. De ahí que en la época únicamente la nobleza cortesana y la propia corte tenían acceso a estos.

Con la invención de la fotografía y su perfeccionamiento técnico se produjo el gran salto en la reproducción y la difusión de la imagen de los personajes ‘famosos’ o célebres, que hasta entonces eran exclusivos de artes como el dibujo, la pintura, el grabado y la escultura.

En los primeros días de la fotografía, los retratos únicamente podían hacerlos unos cuantos fotógrafos expertos y siempre por encargo de los ricos de la época. Pero a partir de 1851, con la invención del proceso de colodión húmedo por parte de Frederick Scott Archer, que era relativamente barato y más fácil, se logró que el nuevo medio fotográfico mostrara su auténtico potencial con los retratos para las masas. Al cabo de unos meses de la revelación de Scott Archer, el fotógrafo marsellés Louis Dodero escribió en una revista parisiense comunicando que utilizaba ya su retrato, y no su nombre escrito, para firmar cartas, marcar su ropa y en las tarjetas de visita. Dodero ya preveía el día en el que las fotografías serian lo suficientemente baratas como para que figuraran en los pasaportes, permisos, etc…

La profecía de Dodero casi se cumplió en 1854, cuando André Adolphe Diseri (1819 -1890), propietario del mayor estudio fotográfico de Paris, patentó una nueva forma de tomar diez fotografías en un solo negativo, reduciendo en hasta un 90 por ciento el coste de cada una. La verdad es que en la práctica, se hacían las cámaras para que pudieran tomar ocho fotografías en una misma placa, siendo el tamaño de los retratos de aproximadamente 7cm de alto por 5 cm de ancho, es decir la octava parte de una placa entera ( 21,6×16,5 cm). Las fotografías se pegaban en cartulinas de 10 x 6 cm, y eran como tarjetas de visita, aunque habitualmente no se dieran esa utilidad. Pero en toda Europa y América tras su popularización conservaron el nombre francés de ‘carte de visite’ y más menos también su tamaño.

En 1857 se da cuenta de la llegada de la ‘carte de visite’ a Inglaterra de la mano de la Marion & Company. Los Marion se convirtieron en los mayores vendedores de tarjetas, y de equipos utilizados en los cientos de estudios de retratos situados a lo largo de todo el país. El equipo suministrado incluía unos ‘apoyacabezas’ que mantenían a modelo a fotografiar inmóvil durante las exposiciones, que duraban varios segundos; pedestales, balaustradas, columnas y decorados, sillas especiales para posar, e incluso las tarjetas impresas en las que se montaba la fotografía.

Pero antes de lanzar toda esta pequeña industria como moda, como pasa en todas las épocas incluso ahora, había que realizar alguna acción especial que atrajera la imaginación popular. Vamos que se necesitaba de la ayuda de algún ‘influencer’ de la época. Y este impulso lo dio tanto en Francia como en Inglaterra la propia realeza. Diseri convenció a Napoleón III para que posara en una fotografía en mayo de 1859, y al poco vendía cientos de copias diarias de esta fotografía. Por lado John Jabex Edwin Mayall (1810-1901) viendo el éxito de Adolphe Diseri, fotografió a la reina Victoria y al príncipe Alberto y también vendió grandes cantidades de copias. Cuando en 1861 el príncipe Alberto muere, la gente se disputaba las tarjetas suyas como recuerdo.

Las tarjetas reales fueron siempre las más populares. Un famoso fotógrafo de la realeza, William Downey, declaro al Daily Despatch en 1907, que: “… una fotografía de la actual reina – Alejandra de Dinamarca – con el príncipe real en los hombros tuvo un tremendo éxito y se vendieron más de 300.000 copias de ella”.

Se fotografiaba a cualquier persona famosa y se conservaban los retratos en álbumes que pronto hicieron acto de presencia en todas las salas de estar. Los álbumes se llenaban de retratos de familiares y amigos, y también de miembros de la realeza y de personajes célebres.

Al mismo tiempo, que un gran número de famosos posaban por dinero, los fotógrafos de la época crearon incidentalmente una completa y azarosa enciclopedia visual de victorianos no tan eminentes. Este tipo de tarjetas de visita era más raro y actualmente están muy solicitadas por coleccionistas de todo el mundo. Desde una figura con manto blanco y una doble exposición, que a nadie engañaría en la actualidad, pero que en la época era un misterio para todo el mundo. Hasta con el creciente interés por la antropología, la fotografía de una mujer zulú como noble salvaje, que podría haber sido calificada de aceptable en un álbum familiar, pero un contemporáneo europeo la hubiese considerado pornográfica.

La tarjeta de visita tuvo un gran éxito, pero la tecnología llevo a la fotografía a otros estados y ofertas, cayendo en desaparición muy rápidamente. Eso sí habiendo cumplido su gran misión en la historia de la fotografía como fue acercar este nuevo arte al mundo popular.

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